miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA ABUELA


Esto es el acabose!, la fin del mundo, la guerra del 14!, y resoplaba dejando salir de su boca un sonido semejante a un motor estropeado que intenta arrancar.

A la vez, se podían escuchar golpeteos de abanico contra su pecho, rápidos, breves, fuertes, como queriendo provocar un huracán de aire fresco. ¡El acabose!!

Cierto es que el calor tremendo del verano hacía fundir hasta el asfalto de las calles, no volaban ni las moscas. Y ella, inmensa, a mi me lo parecía, sentada, con su camisa ligera de media manga (hija, lo elegante es no enseñar los brazos), se abandonaba a los golpes del abanico echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.

Impecable su peinado, ojos negros, piel morena que no le gustaba (hija, cuando yo era joven no se llevaba estar moreno), cuerpo ancho, muy ancho y blando. Placentero. Falda oscura, larga (no como ahora, hija, que se enseña todo), casi hasta los pies, esos pies pequeñitos, menudos, que me parecían milagrosos ¿cómo podían soportar esa enormidad?.
Era presumida y coqueta, (hija, quien tuvo… retuvo), y se reía franca, dejando que la risa explotara en su boca. Se dejaba ir entonces, simpática, contando su vida y, adornando el relato con mil y una anécdotas, nos embobaba.

Victoria

lunes, 23 de septiembre de 2013

ELLAS: LA VIDA


Tienen los ojos más bonitos que he mirado,
la sonrisa más amplia que he atravesado,
la risa más sonora que el eco ha escuchado.
Tienen la mirada franca y limpia,
las palabras más sonoras,
el juego más inocente y divertido.
Tienen ganas de saltar alto las barreras,
de correr detrás del viento y atraparlo,
de sumergirse en las aguas tras Neptuno y las sirenas.

Quieren repetir canciones,
crear melodías,
dibujar todas las figuras geométricas con sus bailes;
empujar las nubes,
hacer crecer árboles y flores,
caminar con sus pies por encima de las fresas,
refrescar sus manos con la lluvia.

Tienen tanta inmensidad, que son como dos mares incesantes;
mueven mi voluntad con su energía
y me devuelven cansada a sus orillas;
acompaño, de momento, sus vaivenes.
Tienen todo el porvenir por caminar;
trazan en la bola del mundo caminos imposibles,
imaginan ciudades y castillos, paisajes infinitos…

Temen la locura de los hombres,
los horrores que puedan agredirlas,
temen al miedo, a los cuentos de héroes perversos;
crean monstruos cuando no pueden soñar estrellas.

Tienen tanta dulzura, que expresan con sus brazos
abrazos tiernos, gigantescos;
tienen besos escondidos que reparten generosas
y sorprenden todavía,
con alguno guardado en el bolsillo.

Suben a lo más alto de mi vida,
exploran desde la atalaya
el devenir del tiempo y se dirigen, decididas,
a su encuentro.

Victoria

sábado, 3 de agosto de 2013

¡Feliz cumpleaños mi joven compañera!

¡Cuanto tiempo ha pasado desde nuestro primer año de Filosofía en Caracas! Pero el diabólico Facebook, moderna Celestina de románticos encuentros, ha querido ponernos de nuevo en contacto.

El texto que publicaste me llenó de dicha. Me emociona lo que dices y cómo lo dices. Permíteme que tan lúcidos pensamientos, tan bellamente expresados sean el tema de una clase para mis alumnos.

Has cambiado mucho, pero sigo viendo la jovencita rebelde y entusiasta de entonces y esa dulzura, que sin proponértelo, reflejaba tu rostro aún no ha desaparecido de mi mente.

Mi timidez y aquella nefasta noticia, con la que se abrió el periódico local, que nos sobrecogió a todos, me impidió hacerte saber mis sentimientos hacia ti.

Si aquellos días, llenos de lucha y esperanza se truncaron, ahora, me gustaría decirte, querida niña, que han renacido en mí los sentimientos de entonces, que permanecieron anestesiados por la distancia y el tiempo.

La idea de poder verte pronto me llena de alegría.

Por cierto, al terminar la clase en uno de los cursos se acerca una alumna y me pregunta de dónde te conozco. Se llama Carina Silva, me dice que sos la mejor amiga de su madre.

!Feliz cumpleaños mi joven compañera, mi amor secreto!

!Hasta muy pronto!

Roberto

Mariángeles Fernández C. 

Aquella música de aquel día…

De repente, la caja negra del avión se abrió saliendo de ella, envueltas en un mar de lágrimas, todas mis emociones. 

El contacto conmigo misma fue tan inesperado como brutal.

Aquella misteriosa y mágica música de aquel día desencadenó la tormenta.

Mis lágrimas, como un tsunami bondadoso y necesario, fueron arrasando cada uno de mis recuerdos, los bellos, los menos bellos, los dramáticos, los tiernos, todos, se los llevó todos, también tus mentiras. Sólo quedaron árboles caídos, trozos de vidas rotas, fotos mojadas a medio enterrar en la arena….

Un paisaje desolador, pero por fin… el silencio, la paz y a empezar de nuevo.

¡Cuánta energía necesito para ello!

Quizá si pudiera volver a escuchar aquella música de aquel día...


Mariángeles Fernández C.

jueves, 1 de agosto de 2013

Hoy he pasado en esta pieza horas felices

Hoy he pasado en esta pieza horas felices...

He visto salir el sol y con él me he concedido un deseo.
He rebuscado entre mis notas su teléfono y he derramado el café en el intento.

"Tranquila, te está esperando".

A través de la ventana he visto a alguien que me llamaba,
agitaba los brazos delante del arbol, y parecía querer imitarlo.
Me he escondido nerviosa bajo el escritorío cerrando los ojos
y he esperado unas horas hasta que ha caído el sol.

Entonces he vuelto a asomarme y ya no estaba,
y mirando el vacío he recordado quién era y he sabido que había venido a buscarme.
Por un instante he creído ser feliz eternamente.

"Se ha ido. Qué importa"

Este es mi sitio. Esta habitacion color vainilla y olor vainilla.
He vuelto a mi escritorio y he encontrado su telefono esta vez sin mucho esfuerzo.
Pero ya no lo necesitaba. Ya sabía cual era mi sitio.

Y así me he escondido de nuevo bajo el escritorio.

Natalia Ballestero



Y fijamente se miraron

Y fijamente se miraron
y preciso en ese instante supieron que querían pasar el resto de sus vidas juntos.

Como una revelación mágica, casi ilógica
que solo esos dos corazones son capaces de apreciar.

Se dieron la mano y comenzaron a caminar.
El viento fuerte, que viajaba alto desde los Pirineos
sirvió de impulso para que no cayeran si alguna vez tropezaron.

Juntos descubrieron muchos lugares.
Saltaron, rieron, lloraron y se abrazaron en muchas ocasiones.
Supieron amarse y el resto fuimos testigos de que ese amor era cierto, inequívoco y verdadero.

Y así construyeron su casa
y la llenaron de familia y amigos con los que siempre pudieron contar.

Y yo les vi.
Y hoy les veo.
Feliz por ellos, acompañándoles en este viaje que ya es eterno.


Natalia Ballestero



domingo, 16 de junio de 2013

En clave de jota

         No dejaba el general, solo en las planicies socarradas de Anatolia, de perseguir su ejército. Los jenízaros fugitivos habían jalonado el terreno de pistas en su frenética marcha y él seguía el rastro al paso en un pobre jamelgo cansado, sin apresurarse nunca pero deteniéndose jamás.

            El general, hombre jocoso y amigo de la jarana en su juventud, había cambiado mucho. El viento del desierto había secado los jugos de su carne y cuarteado su rostro. Lo había vuelto crujiente. Frágil. Enjuto. Casi cadavérico. Y la traición... La traición había hecho de su boca un tajo hendido en piedra. Ya no comía. A veces soñaba con genios mágicos que le ofrecían pan, jamón y otros manjares pero de día escuchaba indiferente el crujido de las cajas de víveres vacías. Tampoco bebía ya, él, que había envejecido mano a mano con jarras de ginebra barata en los malos tiempos y copas de buen jerez en los pocos buenos. Su lengua era un estropajo y no le quedaba ni una gota que sudar, y el rumor milagroso de un manantial en el desierto no lo había impulsado a adentrarse entre las flores de ajo silvestre para llenar su cantimplora.


            Al general tan sólo lo sostenía una obsesión: alcanzar a un ejército de jenízaros traidores que lo habían abandonado en aquella tierra extraña y rojiza. Digno jinete de un jamelgo agotado, proseguía su viaje quijotesco por las llanuras jaspeadas de Turquía, bajo un sol de justicia que bien podía competir con el de la Mancha.

Raquel G. Osende

Ojalá los jinetes

Ojalá los jinetes hubieran llegado a Jerez, y no se hubieran alejado con sus hijos y mujeres y otros jóvenes a ver a su majestad dibujando en una hoja grande el mejor panorama de Aranjuez sobre el cual nunca se han fijado los ojos de los castellanos embrujados por estos dibujos. Los jinetes siguen jugando en los jardines de su majestad en Aranjuez, junto a sus mujeres e hijos jóvenes. El cielo jugaba con ellos, dejando creer que nunca los juzgaría por sus juegos infantiles. Pero el destino no juzgaba así. No dejaba jugar a estos ‘embrujados’ cuyos ojos fijos en sus juegos, juegan con hojas frágiles.



Alison Jane Bell